Cuando los demonios hablaron

Si alguno de sus nuevos amigos rezaba por ella en silencio en su habitación, les pedía que no lo hicieran. Se volvió muy reacia a los objetos consagrados, como las imágenes y el agua bendita, tiró el rosario o vertió el agua de San Damián en el suelo. Sólo podía llegar hasta la puerta de la iglesia, pero no entrar en ella. Sus piernas, como notó su compañera, se pusieron bastante rígidas. Sucedía que en medio de una conversación con un amigo o con Pedro, su rostro cambiaba repentinamente a una mueca, por lo que atribuían a su estado de posesión. El padre Alt también había llegado a este punto de vista. Sus oraciones y bendiciones ahora no tenían efecto. Sin embargo, en su angustia le pidió que la visitara en Würzburg. La encontró bastante angustiada. Expresó tener la sensación de estar condenada. Su bendición tuvo poco efecto. Por otro lado, notó que de ella emanaba una gran frialdad inexplicable. Mientras él rezaba en silencio el exorcismo, ella rompía su rosario, gritando con fuerza.

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