El señor Anrumarrieta

Imposible es que Dios cuando hizo al hombre no estuviese de malísimo humor, y de peor ganas de hacerlo; puesto que nada ha salido de sus divinas manos, ni más mal hecho, ni de condiciones más opuestas y contradictorias. ¡Ah! ¡Quién fuera un ciudadano notable y no un pobre ciudadano de ninguna parte como soy yo, para tener el placer de no hacer nada, el mayor de los placeres de este mundo!, me digo a veces, cuando tengo por delante de mí media resma de papel que está pidiendo a gritos el dejar de ser blanco, deseo que no es muy común a las cosas de este color. ¡Ah! ¡Quién fuera abastecedor o cosa parecida, para ser rico y tener el derecho de no recibir a nadie cuando me diese la gana, y poder solo mi alma escribir a mis anchas cuando me acosa la manía de hacerlo!, me digo otras veces. Y era ayer uno de esos días en que más deseo estar solo y conversar conmigo mismo, para luego conversar con el público, que es lo mismo que no conversar con nadie, cuando unos golpecitos dados con un bastón sobre la puerta me hicieron estremecer cual si tuviese yo la nerviosa organización de don Manuel Oribe, y los golpes sobre mi puerta combinasen los dos sonidos Gar-zón.

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