La vida desenfocada

La metamorfosis de los personajes en el núcleo central de la obra y Pilar Sarro ha conseguido trasportarnos hasta estas vidas, 'tan normales' que nos hace partícipes de ellas sin apenas darnos cuenta. Dejamos atrás la era franquista de nuestro país, para descubrir las nuevas visiones sobre la vida que ya explotaban fuera de nuestras fronteras. Mateo, un joven recién licenciado en psicología, no sabe cómo enfrentarse a su vida de adulto. En tanto encuentra un trabajo a su medida, decide ofrecerse como voluntario en una pequeña asociación de atención al indigente. De la mano de una coordinadora y otro voluntario, se adentrará en la noche madrileña, ofreciendo café y bocadillos a las personas sin hogar. En ese contexto se produce el encuentro con una mujer madura, Carmen, en la que creerá reconocer alguien olvidado. A través de las conversaciones entre estos dos personajes, sabremos del pasado de Carmen, desde su nacimiento en un pueblo perdido de la provincia de Teruel, hasta su llegada a Madrid a ejercer su profesión de actriz teatral. En medio, asistiremos a su vida de estudiante en la Sorbona de París, sus primeros trabajos en los teatros parisinos, el rechazo de su familia, o sus amores contrariados. Esos relatos ayudarán a Mateo a sobrevivir cuando su tranquila vida se ve interrumpida con la muerte de su padre; y a Carmen a aceptar que la ayuda de los otros no implica perder la dignidad.

Nací la víspera de San Juan hace demasiado tiempo en Madrid. Tuve una infancia feliz con mis padres y mis hermanas y estudié en un colegio religioso donde pasé los mejores años de mi vida. Me licencié en periodismo porque no había carrera de Escritor, así en mayúsculas, y las filologías, filosofías y demás disciplinas tenuemente relacionadas con el oficio me parecían poco prácticas. Nunca he ejercido de periodista ni tampoco lo echo de menos, creo que me falta paciencia para ir detrás de ciertas noticias. Sí me hubiera gustado ser Carlos Boyero e hincharme a ver películas y escribir sobre ellas pero tampoco lo conseguí. Es una muesca más en mi larga lista de fracasos. Mientras tanto, mantengo mis vicios con el diseño gráfico aunque cada vez me frustre más con esta profesión tan bonita pero que tantos se empeñan en hacer insoportable. En cuanto a lo de escribir, desde que empecé a leer en mi infancia, quise hacerlo. Era una labor que dejaba y recuperaba con la misma facilidad, probablemente porque no tenía clara mi capacidad. Con los años dominé mis dudas y me apunté a talleres literarios en los que practiqué el relato corto. Como evidentemente se me quedaba demasiado corto, decidí saltar a la novela. Un año de excedencia voluntaria produjo La vida desenfocada una historia que llevaba años dando vueltas en mi cabeza, desde que una noche conocí a una indigente en la que creí reconocer a una actriz.