Los mejores y más terroríficos cuentos navideños de los grandes autores de la literatura universal La creencia en fantasmas es, probablemente, tan vieja como la propia humanidad y el gusto por la narración oral. Resulta natural entonces que ambas se combinaran a la perfección durante el crudo y amenazador invierno, cuando la muerte estaba más presente que nunca, propiciando de este modo que los cuentos de espectros y aparecidos se consolidaran en tales fechas como una popular tradición. Diseñados para enmascarar las cosas que más nos asustan y aligerar la carga de nuestros pensamientos, el atractivo secreto de estos relatos -de las horribles criaturas que creamos, de los fantasmas que nos acechan y los demonios que operan en nuestras mentes- es que, si bien las historias en sí son ficciones, los peligros subyacentes que evocan y la emoción que sentimos al enfrentarlos son absolutamente reales. Así pues, acurrucados junto a la chimenea y en un ambiente netamente festivo, esta terrorífica antología nos invita a redescubrir esa milenaria experiencia, magnética y sugestiva mezcla de divertimento y escalofrío. Charles Dickens, Nathaniel Hawthorne, J. H. Riddell, Sheridan Le Fanu, Guy de Maupassant, Antón Chéjov, Benito Pérez Galdós, Arthur Conan Doyle, J. M. Barrie, J. K. Bangs, B. M. Croker, Thomas Hardy, Edith Nesbit, G. K. Chesterton, Algernon Blackwood, Emilia Pardo Bazán, M. R. James y Arthur Machen.

Nathaniel Hawthorne (Salem, Massachusetts, 1804-Plymouth, 1864) escribió alegorías, de las que, sorprendentemente, llegaría a arrepentirse. Fue amigo de Herman Melville, quien le dedicó Moby Dick. Fue un recluso voluntario, por una especie de malentendido con las puertas. Terminó sus días como Hölderlin, escribiendo encerrado en una torre. Poe, que no era de halago fácil, dijo de él: «Lo considero uno de los pocos hombres de genio indiscutible que ha llegado a dar nuestro país». Para el editor Duy­ckinck era como si ese genio, «sin deudas respecto al pasado o a contemporáneos extranjeros», hubiera caído del cielo.