El Violador

Este es un relato crudo, realista, objetivo y sin ninguna clase de sensacionalismos, de un gamberro que viola a una pequeña niña de seis años, tras lo cual, este delincuente pasa a vivir el resto de su vida en las peligrosas cárceles uruguayas, y termina sus días internado en un hospital psiquiátrico. El hecho de que el autor de esta novela, Ernesto Thomas González (1968), le haya puesto su propio nombre a este personaje motivó una verdadera histeria tanto entre sus psiquiatras que lo trataban como entre sus familiares. Tanto, que el autor fue medicado psiquiátricamente de una manera tan severa como absurda durante casi un año, y sus psiquiatras pensaron someter al autor a electroshocks. Este libro causó un hecho inédito en la historia de la literatura: es el primer caso registrado de que un autor fuera medicado psiquiátricamente por el solo hecho de haber escrito una obra literaria.

Mi nombre es Ernesto, Thomas González. Nací el 22 de abril de 1968, en la ciudad de Montevideo, Uruguay. Mi padre, Charles Thomas Peña, fue capitán de barcos mercantes, y mi madre, Milda Rosalía Loitey, fue docente de escuela primaria. Yo soy el mayor de tres hermanos, de mi hermana Marina, nacida en 1969, y de mi hermano Martín, nacido en 1972. Durante mi infancia, debido a las ausencias de mis padres, ocasionadas por sus profesiones (los viajes marítimos de mi padre duraban meses, incluso hasta un año), y por el hecho de que mi madre trabajaba un doble horario en la escuela primaria, yo, al igual que mis hermanos, fuimos educados por criadas que nos preparaban las comidas y nos higienizaban.. Debido a las ausencias de nuestros padres, tanto yo como mis hermanos, fuimos inscriptos en clubes deportivos, para hacer gimnasia y natación, a causa de las ausencias paterna y materna en nuestro hogar. Yo no solo tuve en mi niñez un padre ausente por asuntos laborales, sino que mi madre, debido a una actitud machista y antifemenina, , ella sintió que, si ella no trabajaba, y no tenía un título, y no aportaba dinero al hogar, ella se sentía inferior como persona y como mujer. Pero mi padre, como capitán de enormes buques mercantes, ganaba decenas de miles de dólares por mes- ¿Qué necesidad tenía mi madre de trabajar en la escuela? Y mi madre, movida por aspiraciones machistas, nos relegó, a mí y a mis hermanos al cuidado de terceras personas o enviándonos a clubes deportivos, mientras ella se dedicó a trabajar en la escuela como docente, y no solo en el horario normal, sino que mi madre eligió nada menos que trabajar en un doble horario, porque ella tenía grandes pretensiones de convertirse en la directora de la escuela. En total, mi madre trabajaba diez horas por día de lunes a viernes. Para mi madre, según su mentalidad machista, dedicarse a criar a sus tres hijos pequeños, mientras su esposo aportaba el dinero a la casa, equivalía para ella ser inferior, como mujer y como ser humano. Pero esto ahora no viene al caso. Debido a las ideologías ultraizquierdistas de nuestros padres (mi padre fue un guerrillero subversivo armado en la década de 1970, y mi madre fue una líder gremialista comunista del gremio de los docentes), nuestra familia se tuvo que exiliar a España por persecución política. Nuestra familia residió en España, desde 1976 hasta 1979, donde yo y mis hermanos tuvimos que regresar al Uruguay, a cargo de nuestra abuela paterna, Everilda Peña, debido al fallecimiento de nuestra madre, a sus 47 años, víctima de un cáncer de mama. A partir de ese momento, yo comencé, con once años, a ser sometido a un tratamiento psicológico, que preferiría no mencionar. Lo cierto fue que a mí, teniendo apenas 11 años de edad, se me sometió a un tratamiento psicológico sumamente agresivo, al que yo, tras tolerarlo durante 2 años, me rebelé contra este tratamiento, rompiendo todos los vidrios de mi casa, , y por este motivo fui internado compulsiva y psiquiátricamente por primera vez a mis 13 años. A partir de esa internación psiquiátrica, a mí, con 13 años de edad, se me pasó a medicar duramente con psicofármacos, y yo ya dejé de ser el mismo. Dejé de sociabilizarme, me retrasé en mis estudios en el liceo, al que luego abandoné, me fui refugiando cada vez más en el hogar, y fui perdiendo paulatinamente contacto con los adolescentes de mi edad, y mi mundo se fue reduciendo a mi casa, a mi abuela paterna sobreprotectora, al perrito, y a las consultas con mi psicóloga.

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